Reconocer que lo que es, es
Ahí donde has llegado, ahí estás
Proverbio Zen
Acercarse a la experiencia con una sincera intención de conocerla, sin juicios, sin interpretaciones, sólo VER, «encendiendo la lámpara de la conciencia» – utilizando las palabras del maestro vietnamita Tich Naht Hanh – es una actitud muy repetida en la enseñanza de las bases del Mindfulness .Es una verdad tan sencilla como fundamental, y tan simple como difícil para nuestra mente ordinaria.
Lo que envuelve nuestra percepción de lo que sentimos como «realidad» es todo un conjunto de condicionamientos y aprendizajes que comenzaron con nuestras experiencias tempranas en la familia, en nuestra infancia, en los primeros entornos que exploramos con nuestra conciencia. Esta influencia es tan poderosa como imperceptible si no nos acercamos a ella con presencia y atención ya que constituye la base de lo que llamamos personalidad, la lente particular con la que miramos el mundo.
Capa tras capa, toda nuestra experiencia en la vida, todos nuestros contactos con la decepción, la soledad o el abandono, la necesidad de agradar y de ser reconocidos, nuestro miedo al fracaso y a ser rechazados por otros, nuestra necesidad de ser vistos, de ser amados y apreciados, nuestra necesidad de huir del vacío a través de la actividad compulsiva…… están presentes en cada momento, coloreando u oscureciendo nuestra experiencia, anestesiándonos, distorsionando nuestra percepción, alimentando nuestra necesidad de huir del presente, de la vida tal y como es.
Así que cuando experimentamos algo en el presente, todo este condicionamiento, este cuerpo que ha aprendido a reaccionar de un modo determinado, alertando nuestros sentidos con un miedo al daño que puede surgir de cualquier parte o aletargando y anestesiando nuestros sentidos con comida, trabajo, bebida, ejercicio y las mil y una maneras que la sociedad de consumo nos ofrece para no encarar la desnuda y sincera realidad, esta conciencia hiperactiva o dormida en la inconsciencia. Nuestra percepción está condicionada por todo este condicionamiento almacenado.
Así que cuando llega este momento en que alguien no me escucha, en que alguien me hace esperar o me devuelve una mirada que me altera de algún modo…. este momento en el que hablo y a la vez me estoy juzgando como inútil o espero intensamente ser reconocido por el otro…… o este momento en que anticipo lo que haré esta mañana sintiendo un nudo en el estómago, queriendo escapar de mi vida de algún modo….. este momento en que la impaciencia me hace reaccionar con brusquedad, o que la envidia me oprime la garganta…. o me quedo enterrado en el silencio consumido por el miedo al abandono…. la experiencia deja de ser algo que sucede y se transforma en algo que me pasa, en algo que el mundo me hace o no me hace como yo desearía o como temo.
Estamos en constante lucha con el mundo, con los otros y con nuestra misma conciencia. Estamos batallando con lo que sentimos, con lo que sucede, con lo que es demasiado largo o demasiado corto, con lo que deberíamos recibir o ser capaces de ofrecer, con las circunstancias que vivimos y con el mundo tal y como lo percibimos momento a momento. Estamos aquí queriendo estar allí. Vivimos esta experiencia y queremos vivir otra distinta. Deseamos que los otros se comporten o nos traten de otro modo. Deseamos ser mejores, más capaces, más felices, más poderosos o más indulgentes, menos débiles, más seguros, más atentos o más firmes….. Deseamos alcanzar, conseguir, aprender, llegar, dejar ir….. Deseamos sin descanso. Rechazamos todo aquello que nos conecta con los aspectos dolorosos de la vida y de nosotros, lo evitamos, lo tememos, lo enfrentamos con furia o huimos desesperadamente de ello.
Estamos en guerra. Y olvidamos una verdad incontestable:
«Si comprendes, las cosas son como son.
Si no comprendes, las cosas siguen siendo como son.»
La Aceptación es un movimiento del corazón para incluir cualquier cosa que esté delante. Creo que fue el Dalai Lama el que un día dijo que no habrá paz en este planeta mientras no haya paz en el corazón del ser humano. Así que esa podría ser una gran motivación. Pacificar nuestra conciencia, y hacerlo con amor a nosotros mismos y también, por qué no, hacerlo por la Paz mundial. Cada uno haciendo su trabajo, con los medios y la conciencia que tenemos disponible en cada instante. Pacificar el Corazón, pacificar nuestro cuerpo y nuestra mente, contemplar nuestra batalla, nuestra guerra incesante con compasión, con un profundo deseo de detener la guerra. Por amor. Por todos y cada uno de nosotros. Por la Paz mundial.
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